Compañeros de Molina, de vez en cuando, cada vez más a menudo, me acuerdo de vosotros y mira por donde me vino a la memoria alguna de las bromas que nos gastábamos a lo largo de aquellos días rutinarios que se repetían a lo largo de un trimestre y otro y otro… y luego al año siguiente y otro, y otro… Era una manera sana de romper la monotonía diaria y ayudar a la convivencia que tenia que durar varios años.
Fue entonces cuando recordé la broma de la petaca y se me ocurrió que a vosotros también os gustaría revivirla, por eso este relato. Antes de nada me dio por investigar si el nombre fue un invento nuestro o ya estaba oficializado y mira por donde una de las acepciones que aparecen en la R.A.E. es la siguiente, PETACA:
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f. coloq. Esp. Broma que consiste en doblar por la mitad la sábana superior de la cama, de manera que, al meterse en ella, no es posible estirar las piernas.
Les hicieron petaca el día de su boda
No hablemos de quien es la idea de hacerle la petaca hoy a un compañero, ni a quien se le hace, eso no importa (solía ser entre buenos amigos). Lo importante es la organización: Cuando subamos al dormitorio alguien a de distraer al agraciado mientras otros se dedican a deshacer la cama y volver a hacerla con la petaca que no se note y siguiendo el manual según el croquis de abajo.
Luego era bastante normal hacer primero guerra de almohadas apurando la hora de dormir. A continuación toque de queda a golpe de pito por D. Luis anunciando la hora de acostarse y apagado de luces. Ha llegado el momento crítico, todos al sobre, acomodarse y a dormir. Todos menos uno que intenta meter las piernas y no lo consigue: Con las luces ya apagadas se oye “mecaguen esto, mecaguen lo otro, os mataré” y empiezan a saltar las carcajadas de todos los vecinos. Eso era lo peor, todo el vecindario estaba pendiente del sujeto “empetacado”.
Si quería dormir el sujeto esa noche, la solución pasaba por deshacer la cama y volver a hacerla, por supuesto con la luz apagada y los espectadores pendientes de cada actuación. Las risas no paraban. Si la litera era la de arriba la cosa se complicaba, sobre todo si alguien despistaba alguna de las piezas del rompecabezas. Podía ser también que por exceso de fuerza aplicada en el intento de introducir las piernas, la sábana cediera originando una catástrofe.

Otra broma que se dio por aquellos años fue untar con pasta de dientes a algún bello durmiente. La frescura y humedad de la pasta hacía que el individuo se la extendiera y amaneciera a la mañana siguiente con toda la cara blanca si la cosa iba bien, porque lo normal era que el blanqueo llegara a pelo, sábanas y almohada, un desastre. Una variante era sustituir la pasta de dientes por crema de los zapatos en tubo. Igual me da si la crema era marrón que negra, el desaguisado era mayúsculo ya que había que aguantar con las mismas sábanas hasta el fin de semana que se podían llevar a la lavandería. Esta versión yo solo la conozco de oído.
Existían también las bromas comerciales. Era muy conocida la famosa bomba fétida que soltada en el estudio era motivo de grandes murmullos por corros que movilizaban al vigilante de turno. La mayoría de las veces la bomba no era tal sino un torito que si era sonoro delataba al propietario, si no, se cruzaban miradas entre vecinos y todo el mundo negaba con la cabeza, incluido el propietario. El toro podía ser bravo y resonar por todo el estudio, dormitorio o cualquier lugar concurrido de los que disfrutábamos.
También conocimos los petardos para los cigarrillos. Sabido es que en Molina aprendimos mucho, entre otras cosas a fumar. Pues bien, el cigarrillo explosivo estaba muy bien pensado para los fumadores gorrones. Consistía en introducir en el interior del pitillo, con sumo cuidado, más o menos a mitad del cigarro, el petardo que era como media cerilla. Encendido y consumido parte del cigarro llegaba la explosión; el susto para el gorrón mayúsculo y las risas de los circundantes abundantes. A tener en cuenta que los petardos eran diseñados para puros pero puestos en cigarrillos hacía que al petar prácticamente desaparecieran estos o como poco quedaban como un plátano pelado.
Otra que se dio, al menos en una ocasión que yo recuerde, fue poner un cordel atado por un extremo a una litera a media altura y por el otro a la ventana, cortando así el pasillo al lado de los ventanales del dormitorio de arriba. Esta broma estaba bien pensada para D. Luis ya que solía hacer una ronda por el dormitorio, sobre todo si alguien del fondo estaba organizando algún sarao. La cacería no fallaba, uno ponía la cuerda, otro u otros organizaban la jarana en el fondo. El problema surge si D. Luis, que sabía latín, se acercaba por el pasillo contrario, conseguía identificar a los delincuentes, se acercaba por el otro pasillo y caía en el cepo. Lo siguiente estaba claro: ¿Quién ha sido?, no, pues este corro todos al pasillo….
Esta me la contó Mariano no hace mucho, yo no me enteré o no recordaba. Sabido es que D. Luis dormía en una habitación junto a los dormitorios nuestros. Sería por este tiempo, en otoño, cuando los grillos van movidos. Se le ocurrió a Mariano junto con algún compi cazar grillos en el campo de deportes y visto el éxito de la cacería la siguiente gran idea fue soltar los bichos por debajo de la puerta del dormitorio de D. Luis. La sinfonía que disfrutó aquella noche nos la podemos imaginar. Con lo difícil que es localizar estos insectos ortópteros podemos pensar que el guateque duraría más de un día. He leído que un grillo en casa puede ser una señal de buena suerte y prosperidad según algunas creencias populares, así que podemos decir que aquella broma fue un buen regalo para D. Luis.
Tampoco recuerdo la que me contó Arturo pero me asegura que yo también estaba. Íbamos camino del campo de deportes, digamos en fila desordenada como os podéis imaginar y D. Luis en medio con su flamante y brillante gabardina. Detrás de él nosotros y uno, Arturo sabe quién, lanzó un escupitajo que fue a colgarse en la trasera de la gabardina, ya sabéis, donde la espalda cambia de nombre. Fue el propio escupidor el que avisó: “D. Luis, D. Luis, mírese la gabardina que lleva una mancha muy gorda”…… y ya no cuento mas.
Reflexiono y pienso que hoy no sería posible ninguno de los casos que cito. Hoy, seguramente, llegaríamos al dormitorio y sin más preámbulos nos meteríamos en la cama y móvil en mano mandaríamos mensajes al vecino de abajo de la litera o entraríamos en la página de algún “influencer” nada riguroso o en cualquier página poco educativa. Por eso estoy muy satisfecho y orgullosos de aquellas vivencias que sufrí y también disfruté, en el Santo Tomás de Aquino de Molina de Aragón, junto a todos vosotros.
Después de estos recuerdos se me ocurre hacer una broma a mi nieto el día que venga a dormir a casa. La petaca será muy apropiada para que al menos esa noche deje el móvil aparcado. Me temo que la autoridad competente de la república de mi casa no me dejará. Lo que sí puedo hacer es dejarle leer este relato para que aprenda como nos lo pasábamos en aquellos tiempos.
M. Daniel Royo
Zaragoza, 13 de octubre de 2025
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Adios con el corazón..
Asi cantábamos en Molina cuando en la madrugada del 5 al 6 de septiembre se despedía la banda musical de Quartell (entonces era de Cuartell).
Se acababan las ferias y fiestas, desmontaban las garitas, se iban los veraneantes y la algarabía de los cinco días anteriores cedía el paso a una tranquilidad que solía ser de buen tiempo bajo ese azul del cielo molinés.
Una pausa que duraba hasta octubre, que comenzaba el curso en el instituto. Nos dedicabamos en ella a hacer "sandas" por las tardes, asanda de patatas, las nuevas que robabamos de las huertas arrancando un par de matas con cuidado y procurando que fueran de las orillas para no dejar rastro y así no lo notaran los hortelanos, que bien sabían de nuestras travesuras.
Ni peligro de incendio ni pamplinas, hacíamos un fuego con ramas y retamas del campo y en sus cenizas calientes las asábamos.
No hay nada que guarde más el calor que una patata, y nos las comíamos bien calentitas. Con la piel tosturrada, estaban deliciosas.
La sal la comprabamos, no se fuera a pensar alguien que la sandas nos salían gratis.
Esa era la vida de los externos.
Así pasaban los dias hasta que llegabais. No se decía los estudiantes, sino los internos. Ya estan viniendo, decíamos cuando un día o dos antes aparecíais los primeros y las primeras. Estas iban, las pobres, directamente a su respectivo convento de Ursulinas o Clarisas.
Primeros recreos despues del comienzo de las clases y otra vez vida en las calles, vida que nos traíais. Algún que otro nuevo y alguna que otra nueva. Estas nos llamaban la atención, pero siempre, claro está, que no fueran muy niñas.
No faltaba nunca una famosa. Recuerdo a la rubia de preu. La virtud más apreciada era que estuviera buena, y la tal rubia estaba.
Los motes se conservaban de un curso al siguiente. El Bicho, el Leno, el Condesito, el Chele, el Emisora son algunos de los que recuerdo.
Y así nos íbamos metiendo en materia al tiempo que se acercaba el invierno y con él el frío. Los estudios, los vigilantes, las clases, las notas, los billares del Ladis eran nuestro mundo.
En él iban transcurriendo los días en los que nos formamos y que, en parte, hicieron de nosotros lo que hoy somos.
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